Me saqué del vídeo club Spiderman 3, de Sam Raimi. A pesar de las palomitas y de la cerveza, me pareció larga y aburrida. Y eso que Spiderman 1 y Spiderman 2, también con Maguire de Peter Parker, me gustaron. Junto con el Batman Begins de Nolan, han sido de lo mejorcito de los últimos años en esta clase de cine. Pero la fórmula de usar los héroes de Marvel y sus historias, que ha permitido a la industria cinematográfica norteamericana disimular la escasez de buenos guiones durante la última década, se les ha agotado. A la peli le sobraba más de media hora y un par de supervillanos. Y espero que no sigan prolongando la saga porque la cosa seguirá empeorando. Me parece que el problema es que intentan trasladar todos los aspectos de una aventura gráfica en papel a la pantalla. Y todos no caben. En Spiderman 3, coinciden Harry, el amigo-enemigo de Parker, el Hombre de Arena y un parásito alienígena muy malvado. Y además, todas las neuras erótico-morales del pobre Peter Parker, el más amargado de los iconos de la modernidad, con su novia eterna, MJ, interpretada por Kirsten Dunst, con unos ojos verdes que no salían en las historietas en blanco y negro. Todas estas cosas cabían de forma mágica en 40 páginas que se podían comprar en un quiosco o en un mercadillo de tebeos, pero en una peli chirrían. Aunque vayan acompañadas de unos efectos especiales tan bien hechos que no se adviertan (sospecho que han elegido al Hombre de Arena como uno de los malos porque es el más fácil de recrear por ordenador). Claro, que si no intentan trasladar todo el cómic a la peli ¿qué les queda?
Spidey fue el héroe de la niñez y de la adolescencia de muchos de nosotros. Y no era el más poderoso, ni el más grande, ni el más rápido. Pero era el personaje que mejor había captado la idea que llevó a los superhéroes a ser el máximo exponente de la cultura pop. Esa idea era la ficción de que cualquiera (el empollón de la clase, el más tonto) podía ser un héroe, sin más que recibir la picadura de una araña y ponerse unos calzoncillos rojos. Así que todos éramos ese adolescente que todavía no pega el estirón y se lleva más collejas de la cuenta; pero que tiene una identidad secreta y salva al mundo en un santiamén, o al menos, a su chica. Y Mislata era Nueva York o Gotham City.
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