El viernes, después de la tormenta repentina y violenta, fui al cine con unos buenos amigos que me han enseñado muchas cosas sobre ese tema (y sobre otros). Vimos "Before the devil knows you're dead", del octogenario Sydney Lumet. No nos convenció del todo. Nos pareció que algo fallaba. La historia es muy buena. Los actores son muy buenos. Todo está muy bien; pero algo no funciona. Es como si el director se hubiera pasado de bueno. Quería hacer la peli de su vida y ha montado algo espeso y complejo, que cuesta ver. Especialmente, en la primera media hora de película hay una situación contada desde varios puntos de vista, con idas y venidas del pasado al futuro, al modo de Tarantino, que se acaba haciendo un poco pesada. Quizás hay demasiada tensión, aunque ya sé que en todo el cine norteamericano contemporáneo se busca eso. El protagonista principal es Phillip Seymour Hoffman. Hace de malo chapucero. Y lo hace muy bien. Esta casado con María Tomei (solo por verla vale la pena pagar la mitad de la entrada). El polifacético Ethan Hawke y el veterano Albert Finney completan el reparto. Este último construye una escena fortísima y justiciera al final de la historia que casi me arregla la película. El planteamiento me recordó a la idolatrada Fargo: los malos son cutres, atontados y poco interesantes y nada les sale según lo planeado. Pero aquí faltaba el contrapunto de un personaje sencillo y racional. Quizá el problema era ese: siempre se necesita una Frances McDormad embarazada, sonriente y laboriosa que restablezca el equilibrio cósmico entre el bien y el mal.
El viernes, después de la tormenta repentina y violenta, fui al cine con unos buenos amigos que me han enseñado muchas cosas sobre ese tema (y sobre otros). Vimos "Before the devil knows you're dead", del octogenario Sydney Lumet. No nos convenció del todo. Nos pareció que algo fallaba. La historia es muy buena. Los actores son muy buenos. Todo está muy bien; pero algo no funciona. Es como si el director se hubiera pasado de bueno. Quería hacer la peli de su vida y ha montado algo espeso y complejo, que cuesta ver. Especialmente, en la primera media hora de película hay una situación contada desde varios puntos de vista, con idas y venidas del pasado al futuro, al modo de Tarantino, que se acaba haciendo un poco pesada. Quizás hay demasiada tensión, aunque ya sé que en todo el cine norteamericano contemporáneo se busca eso. El protagonista principal es Phillip Seymour Hoffman. Hace de malo chapucero. Y lo hace muy bien. Esta casado con María Tomei (solo por verla vale la pena pagar la mitad de la entrada). El polifacético Ethan Hawke y el veterano Albert Finney completan el reparto. Este último construye una escena fortísima y justiciera al final de la historia que casi me arregla la película. El planteamiento me recordó a la idolatrada Fargo: los malos son cutres, atontados y poco interesantes y nada les sale según lo planeado. Pero aquí faltaba el contrapunto de un personaje sencillo y racional. Quizá el problema era ese: siempre se necesita una Frances McDormad embarazada, sonriente y laboriosa que restablezca el equilibrio cósmico entre el bien y el mal.
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