"La lectura es el acicate de la imaginación y la enemiga del estudio" escribía cierto tratadista severo, aleccionando a los adolescentes. Yo perdí (o gané) muchas horas de mi vida leyendo sin orden ni concierto en lugar de estudiar mis apuntes de Termodinámica o de Electrotecnia. Tengo un recuerdo brumoso, irreal, de frías mañanas en la biblioteca de la Universidad. Llegaba de los primeros; pero las horas se iban en lecturas extrañas, anárquicas, en apariencia improductivas. Uno de los libros que llenaron aquellas mañanas fue esta autobiografía de Groucho Marx (1890-1977).
Estas últimas noches, he tenido la oportunidad de releerlo, aunque no es la misma edición y ahora el libro es mío, y ya no me siento mal por dedicar algo de mi tiempo al viejo Groucho.
En "Groucho y yo", el célebre humorista nos cuenta, de una forma muy convencional y tranquilita, su vida de jovencito judío de Nueva York, de comediante y finalmente, de estrella mundial. Obviamente, sus hermanos aparecen de vez en cuando en la historia. Y son unos secundarios estupendos. Aunque no es el único libro de Groucho, creo que es el más valioso y el más personal. El tono y el humor son parecidos al de sus actuaciones: se permite zaherir de vez en cuando al lector, ridiculiza sin piedad a los que le han perjudicado y asume sus grandezas y miserias como quien no quiere la cosa y llega a arrancar alguna sonrisa. Con todo, cierta amargura sutil flota por todo el texto: creo que es el sabor característico de todas las buenas biografías.
Uno de los capítulos es de especial actualidad: cuando describe la crisis de 1929. Groucho reconoce que perdió un cuarto de millón de dólares. Era el boom financiero y todo el mundo pensaba que se podía hacer rico comprando acciones y la avaricia cegaba el razonamiento. Y todo se ha repetido. Y se repetirá hasta el fin de los tiempos.
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