Tengo un puñado de amigos que trabajan como comerciales. Algunos son meros vendedores, otros "consejeros de ventas" y otros, jefes de delegación. Su trabajo no es fácil. Y más, en esta época de bancarrotas, de parálisis, de impagados y de insolvencias. Para justificarme, puedo decirme a mí mismo que ellos, con menos formación, ganaban más dinero que yo en los años en los que la pirámide crecía. Porque todo esto es un sistema piramidal, un gran engaño, un timo monumental y fastuoso, digan lo que diga Prisa, los de "El Inmundo" y los socialdemocrátas. Y me puedo decir a mí mismo que cuando a mis amigos las cosas les iban bien, sus viernes eran días divertidos de largos almuerzos, gin tonics y pubs donde celebrar sus comisiones. Y mis viernes eran días grises de tutorías y asignaturas de libre elección que nunca pude elegir. Sin embargo, en el fondo de mis once dioptrías, sé que yo no tendría agallas para salir cada mañana y para convencer a un cliente de gastarse todos sus ahorros y no tendría la gracia para invitar a comer a otro cliente, y para merendar con otro y para encontrar una dirección confusa en un polígono industrial mal urbanizado y para aparcar un coche en el centro de una ciudad caótica y para reclamar a otro cliente, con malos modos, lo que no ha pagado. Yo no valdría. Yo estoy muy a gusto en mi gran silla, con mi gran culo sobre ella. Yo soy un intelectural. Es decir, vivo del aceite que derraman esos comerciales cuando encienden las lámparas del templo. Porque el templo siempre tiene que estar iluminado.
Esta peli nos presenta a una delegación comercial en plena guerra interna. Se trata de la adaptación de la obra de teatro de David Mamet, puesta en manos de un reparto impresionante: Al Pacino, Harris, Arkin y especialmente Lemmon son los comerciales. Venden suelo en Florida, o hipotecas al negro de Alabama con camiseta sin mangas. Es lo mismo, vendan lo que vendan. La cuestión es ganarse sus comisiones, competir, gesticular, mentir, sufrir, triunfar y acabar las noches on the rocks. Los aguijonean Spacey y Baldwin. James Foley, el director, no se podrá quejar de actores. Lo que se ahorraron en decorados, se lo gastaron en cachés.
La historia es limitadita y sencilla pero permite percibir la angustia del que no llega a los objetivos, del que no convence, del que no gana en esta absurda batalla sin final. Capitalismo en estado puro. Engaña o revienta. Para pagarte tus vicios o el hospital de tu hija. La máquina no puede parar y hay que vender. Y los que no vendan, quedarán fuera, serán expulsados de nuestro paraíso brutal y desmesurado. ¿Qué sentido tiene todo esto? ¿Para qué tanta pasión, tanto sudor, tantas palabras, tanta actuación, tanto esfuerzo?
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